Siempre he pensado que la clave para encontrar la verdadera felicidad está en comprender. Comprender que, nuestras opciones no tienen que ser A o B, porque hay un abecedario entero con el que probar; que hay que perdonar y agradecer, para avanzar unos pasos más; que cuando te fijas una meta es para terminarla, sin miedo de los obstáculos que se puedan presentar; que tenemos que vivir y morir haciendo aquello que nos llena; que no importa cuantas tormentas pasen por nuestra vida, siempre llegará un mínimo rayo de luz al que aferrarse; que la honestidad siempre debe ir por delante, aunque a veces la mentira sea inevitable; que en una discusión creemos tener la razón en la misma medida que otras personas piensan tenerla; que nuestra libertad termina en el lugar donde la de otra persona empieza; que hay que enamorarse sin miedos y que el amor no implica ataduras, porque en el momento que ata deja de ser amor; que tenemos que superarnos diariamente, sin dudar ni un segundo de que cada día lo hacemos mejor; que tienes que imaginar y crear, no dejar ninguna idea encerrada en tu cabeza; que tenemos que simplificar nuestros problemas y no dejar que sean más grandes que nuestras fuerzas para resolverlos; que si algo nos molesta, tenemos que dejarlo saber y si molestamos a alguien tenemos que disculparnos; que si realmente queremos hacer algo, ahora es el momento; que es mejor arrepentirse de lo que hemos hecho, que de lo que ni siquiera hemos intentado; que estamos aprendiendo con cada error, aunque solo aprendamos la forma de no hacerlo de nuevo.
Que a fin de cuenta, nos llevamos la vida encerrados entre el blanco y el negro, olvidándonos por completo de toda una gama de grises que vamos pisando por el camino.